Viajar al sur del país es como adentrarse a lugares que parecían haberse acabado. El Valle del Draa, con su gran palmeral está lleno de kasbahs, niños y niñas corriendo, paseando o jugando, que lo hacen revivir. En su gran inmensidad, se respira un aire cálido de tranquilidad que llena de paz a cualquier visitante. Los pequeños pueblos que vamos encontrando en el camino parecen ser sacados de un álbum de fotos: Agdz, Zagora, Tamgroute y Tagounite.
En estos pueblos aún se conserva la cultura más tradicional. Sus habitantes nos acogen de la manera más abierta y sincera. Compartir un te, mientras contemplamos el ritual que se necesita para saborear el mejor que se haya probado. Un te lleno de burbujas, ya que, como dice la tradición: un te sin burbujas es como un tuareg sin turbante.
Continuando la carretera, esta nos lleva a su fin, M'hamid el Ghizlane, que traducido significa "gacela", allí, a unos 24 kilómetros de la frontera con Argelia, es el pueblo dónde se acaba el asfalto y empieza la pista.
Nos esperan más paisajes vivos, desierto de piedra, dunas, un oasis, pozos dónde parar a refrescarnos, etc., todo esto en unas 3 o 4 horas de ruta en 4x4 hasta el campamento en el que nos alojamos, en medio de las dunas del Erg Chigaga. En el Erg, que es la manera que se tiene de definir la zona arenosa del desierto, encontramos dunas de 300 metros de altura. Podemos hacer una caminata hasta la cima, desde donde se respira un aire completamente nuevo, además de contemplar, bajo los pies, una inmensidad increíble de arena.
Una vez en el campamento nos esperaran los dromedarios para hacer un paseo con ellos. Nos acompañarán por dentro de las dunas con la ayuda de un nómada. En estos momentos, encima de un dromedario, nos sentiremos más parte del lugar y recordaremos como, en tiempos remotos muchas familias recorrían, con sus dromedarios lugares como este
Ver la puesta de sol en el corazón del desierto, es un momento crucial del día en el Sahara. Ver como el color de la arena cambia y empiezan a salir las miles de estrellas para iluminar la noche mágica.
La noche en el Sáhara es todo un espectáculo. Las personas que están en el lugar, marroquíes, tuaregs, bereberes, han nacido junto a los tambores y, a falta de ellos, los bidones para guardar el agua hacen la misma función. Llevan el ritmo a la sangre y no les hace falta ensayar para que quede un grupo magnífico. La improvisación es ideal para gozar de la noche en el desierto. Un gran espectáculo con el mejor de los escenarios, el cielo estrellado de la noche. Cada uno de estos viajes al desierto de Marruecos es como estar en un hotel de mil estrellas, pero de verdaderas estrellas.